Bosque es una obra articulada desde dos dispositivos que sirven de eje, de marco para dar entrada al cine, al dibujo y a la música. Pero por encima de sus aspectos formales es una obra que presenta el espacio de la creación como un acto ritual, como una construcción activa desde principio al fin.



Desde el primer dibujo hasta el contacto del público con este material, el día de su presentación. Presentación que solo se hace en estas condiciones especiales y de ninguna otra manera.
La autoría de la obra pertenece a Sergio Piña, Marc Raventós, Ricard Marcet y Rafa Castañer.
Cada uno de nosotros tiene un papel, y suma en esta secuencia de acciones que ofrecemos.

El acto del dibujo, el cine, la música y el viaje en metro, tienen en común esta capacidad de sumergirnos primero y de hacer aflorar a la superficie, después, sensaciones, ideas, asociaciones e imágenes que aparecen con fuerza propia, casi fuera de nuestra voluntad.

Todas estas actividades provocan un estado de tránsito y ensoñación que invita a soltar los mandos y dejar el control.

Por lo menos en la manera que las realizamos y presentamos nosotros.




Viajar en metro es descender dentro de la tierra, compartir un vagón con desconocidos y trasladarse en el espacio-tiempo aislados de la luz del sol.

Tu cuerpo parado se mece y el sonido llega hasta ti desde el suelo, desde las puertas, desde las paredes y desde la oscuridad de los túneles.

La mente se activa hacia algún lugar que no has elegido y comienza un desfile de fotogramas más o menos borrosos, más o menos inconexos.

Ver una película en un cine es mirar una cinta transportadora, quieto, a oscuras. Es quedarse atrapado al otro lado del movimiento. Aparentemente a salvaguardo de la acción que ocurre ahí,  detrás de la ventana.

Al bajar uno siente el cuerpo mareado de emociones que no puede identificar del todo como propias, ni del todo como ajenas. Y tardará unas horas en disolverse este estado.

Dibujar y sobre todo dibujar del natural, en principio tiene que ver con medir y calcular, en un principio, porque pasados quince o veinte minutos, el flujo eléctrico en el cerebro pasa de ser secuencial  a encenderse en una red esférica. Poco a poco uno deja de centrarse en acertar, ajustar, corregir y baila dentro de la forma, dentro de la realidad.

El teatro de sombras convierte el cine en un relato circular, fantasmagórico, que nos recuerda que en verdad el cine no es y no está.  Que la narración, aunque nos bañe el cuerpo, permanece intangible.

Que está hecha de luz y sugestión.






Rafa Castañer:

http://www.rafacastaner.com/

http://ahomeinprogressfilm.com/




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